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El título mundial alcanzado por la Selección Argentina de fútbol tiene infinidad de análisis por estas horas y en todos lados. Desde la comparación histórica con aquella final infartante del 78 hasta el límite impensado del sufrimiento comunitario en esos dramáticos minutos de este domingo inolvidable. Un domingo de verano caprichosamente adelantado en donde sufrimos a más no poder por esa Copa que se nos iba y se nos iba una vez más.
Infinidad de análisis y enfoques, más allá de otra catarata de opiniones respecto a lo netamente técnico, emocional y deportivo que nos dejó una final que nos quedará por siempre en la memoria y el corazón.
Un tercer título mundial desde lo grupal como nunca antes y por ello imposible de no pensarlo desde el otro costado de la cuestión. Aún dentro de esta embriaguez de felicidad conjunta que solo puede conseguirlo un fútbol tan pasional e impredecible que le sigue ganando por goleada a cualquier intento de racionalidad.
Un costado diferente que valora aquellos orígenes anónimos de este grupo maravilloso de jugadores y cuerpo técnico a pura ligazón sentimental y pertenencia con nuestra sociedad. Que sorteó todo tipo de obstáculos y adversidad para poder llegar a esta frutilla del postre que hoy disfrutan aún aquellos viejos detractores del proceso.
Un grupo para el aplauso propio y ajeno que se cimento en la humildad y el equilibrio de un joven entrenador junto a su alfil rosarino que se sintió, ahora sí, verdaderamente feliz desde el comienzo. Contestando con trabajo, convicción y tozudez a cada una de las innumerables críticas recibidas en tiempos no tan lejanos. Conformando un “equipo” con todas las letras en donde los aciertos y los errores nunca se percibieron de manera individual sino grupal. Y por ello la tristeza, alegría o sufrimiento individual siempre repercutió de manera global, tanto para festejar lo bueno como para curar lo malo, pero entre todos.
Un verdadero ejemplo a seguir, o mejor, “el “ ejemplo a seguir para una casta política que le debe ese “ponerse de acuerdo” a esta sociedad golpeada, dolida y dividida a más no poder. Para poder volver a transitar la vida nacional de manera más o menos normal, bajar el nivel de histeria colectiva y pensar que se puede vivir
un poco mejor en base al esfuerzo, trabajo y solidaridad de conjunto y no al revés.
El ejemplo a seguir, sin dudas. A partir de la lejana y extraña Qatar y desde este Mundial único e irrepetible que, de pronto, puede darnos el empujón que nos faltaba para despabilarnos como sociedad.
Despabilarnos y exigir, como mínimo, que se tome urgente nota de esta patriada grupal para volver a tener alguna chance de disfrutar de un país otrora extraordinario y hoy en las antípodas de ello y de esta Selección Nacional que nos enorgullece hasta los huesos.
