El fútbol, nuestro fútbol, quizás nunca llegue a ser del todo popular en los Estados Unidos. Imposible que pueda desbancar a su propio fútbol americano, el beisbol o el basquetbol del pedestal pero no tanto en cuanto a que se les acerque. Porque su “soccer” ha tenido un crecimiento exponencial notable desde el Mundial 94 por aquí y las participaciones de su seleccionado en los últimas porfías ecuménicas.
Lo cual hizo a que, de un sacudón, el fútbol pase de una simple curiosidad a lo tangible de su acompañamiento. Algo así como transitar el camino desde el trotecito a la carrera ayudado por esa influencia latina que también es parte importante de este vuelco impensado en otras épocas. Un vuelco potenciado por la inserción como currícula en sus escuelas (foto), la televisación de las grandes ligas y ese bichito de la curiosidad siempre presente en el sentir norteamericano.
Por ello uno no se sorprende de comprobar la importante cantidad de entrenadores latinos que ya trabajan desde lo amateur a lo seudo profesional por el momento. Entrenadores que tienen como premisa fundamental ya no solo la enseñanza técnica y conceptual sino aquella otra de la estimulación para un deporte de nulo arraigo histórico en el país.
Un fútbol, su “soccer”, que no sería fantasioso imaginarlo como potencia mundial en el futuro. Por el recambio generacional que lo va incorporando, la cultura de su competitividad estructural, el volumen de su población y ese poder económico que todo lo suele conseguir cuando se lo propone.